jueves, junio 07, 2007

Fiebre monárquica

En la construcción genética nacional hay un cromosoma que impulsa a hacer llamados monárquicos cada vez que la ejecución de las políticas públicas deja de ser eficaz. Es un gen que, con frecuencia, sale a relucir de manera tal que predomina por sobre la vitoreada tradición democrática y republicana y cuya sintomatología consiste en una condición febril que lleva a los individuos a invocar la presencia de una autoridad absoluta que solucione los problemas.
En las últimas semanas, esta manifestación genética se ha traducido en, por ejemplo, un insistente emplazamiento para la constitución de un “zar” del transporte para la Región Metropolitana, una autoridad unívoca, superior, que no tenga contrapeso alguno y que sea capaz tanto de controlar que el sector privado haga las cosas que comprometió, como de intervenir tomando las riendas del sistema en caso que las promesas no se cumplan. La misma llegada del ministro Cortázar venía precedida de ese halo absolutista, pero se vio que no era suficiente.
Asimismo, ante el retorno de las alertas y preemergencias ambientales, el demostrado fracaso del modelo predictivo y la necesaria ampliación del Plan de Descontaminación de Santiago a partículas que, hasta ahora, no se había considerado, se han escuchado rogativas para la constitución de un “zar” del Medio Ambiente. Raro llamado habida consideración que no hace un mes se elevó a la directora de CONAMA al rango de ministra. Pero, se ve, no era suficiente.
También el rol semi autocrático del ministro de Hacienda ha estado circulando en los debates públicos, rol defendido por los círculos de La Moneda y, en lo político la misma Concertación, a través de sus principales dirigentes, se ha mostrado gratamente sorprendida con la alocución de la Presidenta el pasado 21 de mayo, como una muestra de autoridad que ha llevado orden a las filas oficialistas.
Los ejemplos podrían seguir. Lo que se constata en todo este panorama es una valoración a las figuras que ostenten una gran cuota de autoridad, que demuestren un alto grado de poder con poco contrapeso, y que tomen decisiones (ante lo cual el debate democrático se hace sobre sus efectos reales o posibles, no sobre la decisión misma).
La autoridad fuerte es un significante para un referente móvil, pero sin significado claro. Es, así, un signo postmoderno, un signo vacío del sistema político. Habrá quienes enarbolen el argumento de la tradición portaliana y el hecho de que en Chile hay una tradición histórica de valoración a la autoridad fuerte, pero eso no me parece una explicación suficiente.
La valoración a la autoridad y los actuales llamados monárquicos van acompañados de un agudo desencanto del ciudadano en todo lo referido al sistema político y a la ejecución de las políticas públicas, marco en el cual se constata no sólo ineficiencia, sino también un esquema de responsabilidades diluidas al momento de presentar resultados negativos o errores manifiestos.
Es decir, no es una valoración en un contexto de participación y de democracia, sino de desconfianza, indiferencia y conformismo, ambiente en el cual se busca un ejecutor eficiente, pero sin alusiones o expectativas sistémicas ni ideológicas.
Así, los llamados de esta política postmoderna son invocaciones limitadas, no llegan a ser un grito popular, no obstante lo cual conllevan el riesgo de constituirse en parte del círculo vicioso de desprestigio e ineficiencia del sistema. Como síntoma, debe evaluarse. Es posible que la caída en la imagen de la Presidenta tenga algo que ver con la falta de elementos autocráticos en su estilo comunicativo, así como con la falta de demostraciones de poder y fuerte toma de decisiones, como razones de fondo, detrás de las puras consideraciones de gestión. Visto al revés, también es posible que el gran apoyo popular que mostraba Ricardo Lagos en las encuestas tuviera una relación más estrecha con su apropiación del significante autocrático, convirtiéndose en el referente de ese signo político, que con la eficiencia de sus años de gobierno.
La construcción de cualquier imagen política en el contexto actual ha de tener un componente de ese gen monárquico. Pero, como recomendación, no es necesario esforzarse en darle contenido o convertirlo en ideología o proyecto histórico. Se necesita un zar, pero basta con la corona.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, soy estudiante de periodismo de la Universidad Diego Portales.
Me llamo Leonardo Piagneri y junto a un compañero estamos haciendo una investigación de las inversiones de la secta moon en Chile.
De verdad, nos serviría enormemente tu ayuda, para que nos guíes en el tema.
Cómo supondrás, cuanto antes, mejor.

Te agradezco de antemano tu ayuda.
garchaka@hotmail.com

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