jueves, abril 19, 2007

Atención: peligro de infección por resentimiento
La cobertura de la matanza en la Universidad de Virginia por los medios nacionales ha estado teñida de una distancia preocupante. Muchos de los comentarios escuchados han apuntado al desequilibrio mental del joven surcoreano que cometió los asesinatos y los, hasta ahora, más profundos, han desarrollado una suerte de radiografía de la sociedad norteamericana, señalando como una probable causa del hecho el paradójico nivel de violencia en que crecen y viven permanentemente los habitantes del país más poderoso del mundo.
Probablemente en estos días haya algún jefe de programación de un canal abierto listo para transmitir "Bowling for Columbine" de Michael Moore, como una manera de reforzar la tesis de que todo esto es consecuencia de la forma en que viven en Estados Unidos.

Todo se ha visto desde aquí con tal nivel de asepsia que llega a salir un olorcillo a hospital, quizá en parte porque no había víctimas nacionales. Como si la violencia relatada fuera una prerrogativa de los estadounidenses: claro, suena el silogismo, si ellos invaden acá y acullá, pisotean a los demás, es natural que aparezcan casos como estos. Sin embargo, una especulación apenas superficial de los mensajes dejados por el asesino nos revelan una postura mesiánica ("yo muero como Jesucristo"), como si estuviera haciendo un sacrificio destinado a "inspirar a gente débil e indefensa", y constantemente arremete contra la riqueza ("sus Mercedes no les bastaron"). Esto revela más que una simple locura. A mi juicio, da cuenta de un profundo resentimiento, de una presión que no tuvo válvulas de alivio y que terminó por reventar en un acontecimiento catastrófico. Chile no está ajeno a esa condición: tenemos desigualdades extremas que provocan resentimiento y hay sectores importantes de la población en condiciones de presión constante sin válvulas de alivio y sin horizontes claros de solución. No podemos mirar a la sociedad norteamericana como una realidad lejana. La nuestra bien puede ser mirada como un clon de aquélla y las causas que provocaron en estos días la repetición de una matanza juvenil, tienen un germen también en nuestras casas, en nuestras escuelas. El llamado constante del mercado a un consumo exacerbado e irracional, desproporcional a los ingresos, y la incapacidad de tener todo aquello que se ofrece, implica cerrar las puertas al sueño de Narciso. Se debe estar alerta ante esta condición.

2 comentarios:

kurotashio dijo...

Es la misma sociedad en la cual podríamos estar insertos sin mediar consecuencias, con la diferencia de que en el país de norte se supone que hay un nivel de desarrollo mucho mayor que el nuestro, no sólo materialmente, si no también valórico, pero al parecer nadie puede tener la última palabra.

kurotashiO!

Complejo de Escritor dijo...

Estimadísimo:

Concuerdo bastante con su aseveración, a lo cual debo agregar mi descontento con el argumento que plantea la matanza como una acción directa del consumo de los videos juegos. Muchos hablan sobre el visionar de los pequeños violencia, que los lleva a ser más agresivos… bla bla bla. En realidad yo no creo que la culpa sea de los juegos o películas que utilizan la violencia como un artilugio de entretención, más bien creo que responde a los adultos de nuestra sociedad instruir a los pequeños respecto de la racionalización necesaria de los productos culturales. En todo caso constantemente se ven bombardeados por mucha más violencia simbólica, sicológica y física en sus entornos familiares o en la propia televisión. Es absurdo intentar que los niños vean violencia pues está en todas partes. Ahora bien, la apropiada guía respecto a la lectura de los productos culturales influencia y genera una conciencia bastante profunda. Mi hermana pequeña, fue objeto de la aseveración empírica de estas palabras.

Pero, probablemente, lo que llevó a Cho a tan elevado nivel de violencia fue el descontento y la impotencia que puede generar vivir en una sociedad que, pese al esfuerzo y deseos, te impida y limite para cumplir tus sueños, ya sea por razones de sexo, raza o situación socioeconómica.