martes, agosto 14, 2007

La Lingüística de las Trincheras
Tras una chirriada sesión en la que la Cámara de Diputados interpeló al Ministro del Interior por el fracaso del Transantiago, la respuesta de un parlamentario me dejó atónito. "Cuando a uno de los nuestros lo atacan, respondemos como uno solo", intentanto con eso demostrar unidad, cohesión.
A mi juicio, esa reacción monolítica -no exenta de una fuerte carga emocional- no es el reflejo de un sentimiento unitario, sino más bien de un sentido de trinchera que se puede analizar desde varios puntos de vista.
Uno, estrictamente político, lleva a un esquema de negociación muy lejano a las últimas recomendaciones de Harvard, en orden a la conveniencia de no enfrentar posiciones, sino intereses. Es decir, al negociar en base a posiciones se enfrentan al adversario del mismo modo que en la batalla del Marne, incrustados en sus trincheras e incapaces de avanzar o dejar avanzar al otro. el juego de las posiciones es de suma cero.

El segundo punto desde el que se puede mirar el tema es pragmático e involucra las intenciones de los hablantes. En mi opinión, las posturas basadas en trincheras implican el ocultamiento de las intenciones y la construcción de discursos sobre consideraciones utilitarias. Es decir, una acción comunicativa con arreglo a fines, teleológica, de acuerdo con la visión de Habermas.
Sin embargo, dejarlo hasta ahí sería, cuando menos, liviano.
Un cruce hasta aquí nos puede llevar a conclusiones equívocas, como pensar que en la escena política chilena los atrincheramientos responden a la intención de hacer predominar intereses particulares que no se quieren dar a conocer y que se esconden tras las defensas corporativas.

Pero llevado el tema a un nivel semántico, y preguntándonos por el signo lingüístico envuelto en la trinchera, quizá nos encontremos con sorpresas. Mi hipótesis es que la posición propia, individual, otrora significada a través de un proyecto histórico, de una ideología, ahora no tiene un referente sobre el cual interpretar las intencionalidades.
La defensa corporativa, así, se yergue como una reacción emocional, pero carente de argumentación, como una falacia retórica, porque no apunta a un propósito. "Somos uno", pero ¿para qué? ¿qué es lo que compartimos que nos convierte en uno?

El cuestionamiento a la construcción sígnica y el cruce de esto con lo anterior nos lleva a plantear que, entonces, en vez de una acción teleológica -volviendo a Habermas- nos encontramos más cerca de una acción dramática, en la que los actores no buscan un propósito concreto, sino que se mueven en un escenario con la finalidad anodina y fútil del aplauso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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