miércoles, enero 19, 2011

Duelo versus depresión

Estar en el suelo después de un fracaso o una pérdida es un período que, para el que lo sufre, puede ser eterno. Son momentos de desesperanza profunda, por mucho que se tengan sólidos pilares de resiliencia que lo ayuden (o lo obliguen) a uno a permanecer de pie. La sensación en ese estado es lo más cercano a lo que sicólogos y siquiatras denominan "depresión", y con frecuencia, ante la falta de hombros amigos, orejas comprensivas y en general cualquier clase de contención emocional, el ser humano promedio va a acudir a ese tipo de profesionales intracraneales para diagnosticar y tratar la sensación de pérdida, ante lo que se perdió (un ser amado o admirado, un proyecto, lo que sea).
El diagnóstico generalmente pasa por un interrogatorio donde se verifican los síntomas básicos, a saber, falta de apetito, de ganas de hacer cualquier cosa. En definitiva, de vivir (aunque sea momentáneamente). Y entonces viene una receta de antidepresivos que esconderán los síntomas, o una larga serie de sesiones para descubrir las causas del desgano vital, las más recónditas, dependiendo del enfoque sicológico que se aplique.
No quiero desacreditar las técnicas de los profesionales de la mente, que harto que estudian y tengo el más profundo respeto por varios de ellos. Pero es importante que el "paciente" que sufre la pérdida se dé cuenta de que no siempre el estar en el suelo es una condición patológica. Cuando se ha sufrido una pérdida importante, a mi juicio, los síntomas seudo depresivos son la normalidad. No puede haber nada más "normal" que una persona que sufre esté triste, no quiera comer y, por un período que dependerá de su forma de vida, deje de trabajar y no tenga ganas de vivir, al menos como lo hacía con anterioridad.
Lo anormal sería no tener esos síntomas.
Esa condición después de una pérdida, de un fracaso o de una caída significativa son equivalentes a un duelo y el duelo hay que vivirlo, sufrirlo, llorarlo, rabiarlo, enfrentarlo, acometerlo, hasta que el dolor llega a formar parte de uno (porque no se va) y se aprende de él.

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