sábado, enero 15, 2011

Un ángel llamado Gabriela

Después de morir mi mujer, la relación con mi hija se ha transformado. En realidad, el que se ha transformado soy yo, pero por añadidura la metamorfosis se ha extendido a mi entorno, y particularmente a la forma en que convivo con mi hija.
Gabriela, la mayor de los tres, entrando en su adolescencia, ha sido, desde que todo comenzó, un ángel. Ha dado un paso hacia ser mujer inesperado y maravilloso, con madurez y apoyándome en todas las circunstancias.
Aunque descuidó un poco el colegio, su presencia ha sido fundamental, y a aprendido a amar a sus hermanos, a cuidarlos. Ha aprendido el valor del compromiso, consigo misma y con su entorno, especialmente sus amigas.
Hoy debí dejarla en el bus que la llevaría a su primer paseo scout. Estará por primera vez dos semanas lejos de mí. Es mucho tiempo. Su cara reflejaba cierta preocupación, pero más por dejarme que por que ella extrañara demasiado. Más porque sabe lo mucho que la necesito que por su propia necesidad de un padre-madre aprensivo. Yo no podía despegareme de su cuello, y la llené de besos, con insistencia majadera, como acumulando los que no me daría en los siguientes días. Increíblemente, me dijo "pórtate bien", como si fuera ella la encargada de cuidarme.
El nudo en la garganta crecía y se apretaba, conforme ella acomodaba sus cosas en el bus y yo la divisaba desde fuera. Cuando partía la máquina, ella movía su manito acompasadamente, en un adiós doloroso.

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